Biblioteca Popular José A. Guisasola


Cuento » PAPANUEL


Los Cardoso eran gente famosa en el barrio de San Cristóbal, pero sólo para las Navidades. Y esto por dos razones.

Porque, año tras año, la abuela, la mamá y los Cardosos chicos -tres nenas de nueve, seis y cinco años y un varón de cuatro- armaban un Pesebre que ni les cuento en el patio con techito de la casa.

Y porque Nochebuena tras Nochebuena, el papá llegaba al barrio, antes de dar las doce, vestido de Papá Noel (“Papanuel”, decían los chicos).

Lindo era el Pesebre de los Cardoso. Y muy completo. Hay que ver que la abuela lo había ido armando desde el día en que su padrino le regaló una Virgen, un San José y un niño Dios con ojitos de vidrio. (La Virgen y San José eran mucho más petisos que el Niño, pero en la vida no se puede andar con tantas pretensiones.)

El Pesebre fue creciendo junto con la abuela.

Así que ahora que la abuela tenía un montón de años, el pesebre tenía un montón de piezas: 195, sin contar los ocho pastorcitos y las cuatro ovejas que, en un descuido imperdonable, se había comido Lilí, la perra del vecino.

Los aguafiestas que nunca faltan -tampoco en San Cristóbal- decían que el Pesebre de los Cardoso era una mezcolanza espantosa, y que dónde se había visto un Pesebre con gauchos, indios, buzos y espejos con patitos. Y ya que estaban en tren de criticar, también decían que el traje de Papá Noel del señor Cardoso, además de quedarle corto y ancho, era un remiendo vivo.
Pero hablaban de pura envidia... Y porque eran de esas personas aburridas que piensan: “¡Yo no sé quién habrá inventado las fiestas!” y se van adormir antes de que suenen las campanas.

¿Que cómo conseguía Cardoso el disfraz de Papá Noel?

Muy fácil: él trabajaba de Papá Noel en “El oso mimoso”, la juguetería de Constitución.

Bueno..., de Papá Noel trabajaba para las Navidades. El resto del año hacía de todo un poco en la juguetería: plumerear los estantes, llevar paquetes, cebarle mate al dueño, perseguir a los ratones... Y bien contento estaba Cardoso con su empleo: gracias a él podía llevarles a los hijos alguno que otro juguetito en Nochebuena.

Pero este año las cosas venían mal.

-No hay ventas, Cardoso -había dicho el patrón-. Así que vaya olvidándose de los juguetes para los hijos, que yo no soy Papá Noel, ¿sabe?

Y llegó, por fin, la Nochebuena.

La casa de los Cardoso estaba de punta en blanco: la puerta abierta, para que los vecinos pudieran espiar; el árbol de Navidad, con su estrella en la punta; el famoso Pesebre, debajo del techito del patio.

También la mesa, con el mantel almidonado, los platos del juego, las copas rojas, el fuentón de los huevos rellenos y el pollo cortado finiiiiiiito, cosa que alcanzara.

Alrededor de la mesa, recién bañados y con la ropa de paquetear: los Cardoso. Todos menos el papá. Y a la mamá le entró una inquietud que se le alojó en la panza. (Sí, también podía tratarse de hambre.)

Pero justo cuando en la radio empezaron a dar las doce, apareció. Con un traje bien rojo, bien brillante, bien nuevito: ¡Papá Noel!

-¡Ah! ¡Oh! gritaron todos impresionadísimos. Y el de cuatro corrió a esconderse detrás de la abuela.

-Es papá, bobito -dijo la de nueve.

-¡No es papá! ¡Es “Papanuel”! -berreó el de cuatro.

Sonriéndose a través de la barba, Papá Noel abrió la bolsa y empezó a repartir: una cajita de música y un libro de cuentos por aquí, un trompo de colores y un títere por allá... ¡Y también un barrilete de cola larguísima y un pizarrón con tizas y todo, y un barco de vela y unas acuarelas en caja de lata...!

-¿Para los grandes nada, Car... Papanuel? -se animó la abuela.

-Pero cómo no: unas peinetas plateadas con piedritas, un collar de caracoles, un mate con bombilla y en la bombilla un escudo...

-¡¡CARDOSO!! –tronó la madre hecha una furia -. ¿¿A QUIÉN LE..?? ¿¿DE DÓNDE...??

Él pareció no oírla, tan interesado estaba en el Pesebre.

Fue entonces cuando, moviendo la cabeza como si algo no acabara de gustarle, se puso a buscar en la bolsa. Busca que te busca, busca que te busca, al final encontró y sacó: un Papá Noel chiquito, con su trineo lleno de campanas diminutas y sus ciervos de cuernos dorados.

Tratando de no tirar nada, Papá Noel lo ubicó en el Pesebre, entre un indio sioux y un San Martín de caballo blanco.

Ahora sí, se sonrió conforme Papá Noel. Y después los miró a todos, fijo y en los ojos, levantó la mano en un saludo y se fue, sin darles tiempo de reaccionar.

Pero al rato nomás volvió. Lo único que, esta vez, tenía el traje de antes: corto, ancho, remendado.

-¡Papi, ése es mi papi! -dijo chocho el de cuatro.

-¡Ahora me vas a explicar clarito en qué lío te metiste vos, Cardoso!-protestó la mamá por lo bajo mientras se abrochaba el collar de caracoles-.Aunque, mejor, primero comamos los huevos, que se hizo tardísimo.

El señor Cardoso nunca pudo convencer a la familia de que él no había sido el de los regalos maravillosos.

Y bueno... Hay gente que se resiste a creer en Papá Noel.




FIN


“Papanuel”, de Graciela B. Cabal. Ilust. por Horacio Gatto.
Editorial: Sudamericana, 2003



Visto y leído en:

habíaunaveztruz, de Lorena Udler
https://udlerlorena.wordpress.com/2016/12/25/papanuel-de-graciela-cabal-una-historia-bella-de-la-mano-de-una-gran-escritora-comprometida-con-las-infancias/
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